Historias y realidad interna

Yoga Vedanta Institute.

A menudo escuchamos hablar del mundo interno, del poder de la percepción pero ¿Qué es realmente esto? Los conocedores de la ciencia de la percepción nos recuerdan que podemos llegar a acuerdos más o menos bien compartidos acerca de las características externas de una fruta, su color y su forma, pero al comerla tal experiencia pasa a ser netamente interna.  

Existe así mismo un tiempo que habita de forma particular dentro de nosotros y en el cual podemos ver, sentir y entrar en relación con personas y situaciones que, sin restringirse al tiempo convencional (por decirlo de algún modo), son para nosotros profundamente significativos de esto se compone el mundo interno. 

Su conocimiento y configuración no tienen una importancia menor, como para ser relegado al simple ejercicio de contemplación, al contrario estas experiencias determinan finalmente la forma en que interactuamos con el mundo externo; haciendo de este un cielo o un infierno. 

Cuando hablamos de la riqueza y efecto del mundo interno debemos advertir igualmente de sus límites y peligros. Por ejemplo, alguien puede imaginar que tiene los poderes de superman y querer volar desde la ventana, encontrando una fatal distancia entre su mundo interno y las condiciones externas. ¿Cómo relacionar apropiadamente estos dos mundos? Los rituales llenos de símbolos e historias nos permiten encontrar la clave para entender nuestras capacidades internas dándoles su uso adecuado.   

El proceso ritualístico considera el hecho de que la materia sutil, de la que están hechas estas experiencias internas, debe ser trabajada tanto para afianzar la relación correcta con el mundo como para evitar los desvaríos y sufrimientos inútiles. Este trabajo es en doble vía, es decir: el contenido sutil influye nuestra relación externa y, a la vez, los eventos que ocurren en el plano de la materia densa son de forma automática interpretados y asimilados en el mundo sutil, en donde se hacen parte más cercana a nuestro ser. 

Es así como los procesos de pensar y de sentir, los cuales podemos dar a menudo como automatizados o manifestados porque si, deben ser entrenados. Dentro de las tradiciones milenarias todo programa de educación del ser humano incluye este aspecto.

 

La humanidad ha sabido guardar espacios seguros para la transmisión de los rituales, las historias y los mitos. Con la posibilidad siempre de ser adaptados a las circunstancias particulares, la cultura de oriente se ha caracterizado por mantener vigentes dinámicas saludables de acciones encaminadas al trabajo interno..

Esta educación está hecha de ritos e historias. Si logramos brindar la atención adecuada, tanto en dirección como en contenido, las historias pueden transformar nuestro mundo interno. De ahí el hecho de que sean conservadas como tesoros. Los símbolos pueden dar innumerables frutos, cuando internamente recibimos y nutrimos su visita, cuando entramos en diálogo, suelen convertirse en alimento para nuestra alma. Entre sus características está además el hecho de que no se agotan. Por el contrario, en cada nueva generación pueden renovarse hacia el futuro, a la vez que hace fuerte su linaje y conexión con el pasado.

Es un hecho que podemos perder toda consciencia del poder de los símbolos en nuestra vida. Esto no significa que se hayan erradicado, más bien puede suceder que hayan quedado a la deriva o bajo algún tipo de manipulación conveniente. Podemos dejar que los símbolos vitales con su capacidad de conectarnos con el mundo, la vida y la trascendencia o el contacto con una realidad superior, se reemplacen, sin notarlo, por algunos mucho más frágiles y, en relación con lo que podemos lograr como seres humanos, limitantes y estériles. 

     Sin la capacidad de retarnos ni de inspirar en nosotros sentimientos de profunda compasión, humildad y devoción, algunos símbolos se muestran como elementos complacientes de nuestras ideas más infantiles y egoístas. Por supuesto, parte de su efectividad descansa en negar cualquier otro símbolo y así, tachando de superstición todo aquello que no es entendido o no conviene, terminamos por cortar con la valiosa herencia de contacto con la divinidad, la celebración y el cuidado de la vida y la hermandad. 

Por supuesto, el panorama se agrava cuando se dan historias y mitos que reclaman estar vivos y ser tradicionales pero que por desgracia al caer en las mismas intenciones egoístas han perdido todo significado real. Puede llegar a ser tan peligroso este panorama que algunas instituciones pueden querer adjudicarse los derechos sobre lo qué deberíamos hacer con nuestro mundo interno, inhibiendo de entrada el requisito de libertad sin el cual todo linaje está muerto.

La humanidad ha sabido guardar espacios seguros para la transmisión de los rituales, las historias y los mitos. Con la posibilidad siempre de ser adaptados a las circunstancias particulares, la cultura de oriente se ha caracterizado por mantener vigentes dinámicas saludables de acciones encaminadas al trabajo interno. No quiere decir esto que esté libre de engaño, cientos de historias denuncian, las falsas prácticas y los supuestos maestros, pero para el aprendiz atento el antídoto se manifestará como parte del paquete que acompaña el brillo y la energía de la propia historia o ritual.

Se nos pide dejar libre al corazón que pregunta, se nos pide estar alertas. Muchas historias efectistas y hechas por mal encargo pueden pesar en nuestras memorias. Debemos también purificarnos de todo ello. No se trata de erudición para la memoria para tener algún tipo de dominio. No se trata de evasión hacia quimeras inútiles, al contrario: el poder de los rituales y las historias están disponibles para quienes desean tomar el camino cercano de contacto y transformación de la realidad.

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