Esta educación está hecha de ritos e historias. Si logramos brindar la atención adecuada, tanto en dirección como en contenido, las historias pueden transformar nuestro mundo interno. De ahí el hecho de que sean conservadas como tesoros. Los símbolos pueden dar innumerables frutos, cuando internamente recibimos y nutrimos su visita, cuando entramos en diálogo, suelen convertirse en alimento para nuestra alma. Entre sus características está además el hecho de que no se agotan. Por el contrario, en cada nueva generación pueden renovarse hacia el futuro, a la vez que hace fuerte su linaje y conexión con el pasado.
Es un hecho que podemos perder toda consciencia del poder de los símbolos en nuestra vida. Esto no significa que se hayan erradicado, más bien puede suceder que hayan quedado a la deriva o bajo algún tipo de manipulación conveniente. Podemos dejar que los símbolos vitales con su capacidad de conectarnos con el mundo, la vida y la trascendencia o el contacto con una realidad superior, se reemplacen, sin notarlo, por algunos mucho más frágiles y, en relación con lo que podemos lograr como seres humanos, limitantes y estériles.
Sin la capacidad de retarnos ni de inspirar en nosotros sentimientos de profunda compasión, humildad y devoción, algunos símbolos se muestran como elementos complacientes de nuestras ideas más infantiles y egoístas. Por supuesto, parte de su efectividad descansa en negar cualquier otro símbolo y así, tachando de superstición todo aquello que no es entendido o no conviene, terminamos por cortar con la valiosa herencia de contacto con la divinidad, la celebración y el cuidado de la vida y la hermandad.
Por supuesto, el panorama se agrava cuando se dan historias y mitos que reclaman estar vivos y ser tradicionales pero que por desgracia al caer en las mismas intenciones egoístas han perdido todo significado real. Puede llegar a ser tan peligroso este panorama que algunas instituciones pueden querer adjudicarse los derechos sobre lo qué deberíamos hacer con nuestro mundo interno, inhibiendo de entrada el requisito de libertad sin el cual todo linaje está muerto.
La humanidad ha sabido guardar espacios seguros para la transmisión de los rituales, las historias y los mitos. Con la posibilidad siempre de ser adaptados a las circunstancias particulares, la cultura de oriente se ha caracterizado por mantener vigentes dinámicas saludables de acciones encaminadas al trabajo interno. No quiere decir esto que esté libre de engaño, cientos de historias denuncian, las falsas prácticas y los supuestos maestros, pero para el aprendiz atento el antídoto se manifestará como parte del paquete que acompaña el brillo y la energía de la propia historia o ritual.
Se nos pide dejar libre al corazón que pregunta, se nos pide estar alertas. Muchas historias efectistas y hechas por mal encargo pueden pesar en nuestras memorias. Debemos también purificarnos de todo ello. No se trata de erudición para la memoria para tener algún tipo de dominio. No se trata de evasión hacia quimeras inútiles, al contrario: el poder de los rituales y las historias están disponibles para quienes desean tomar el camino cercano de contacto y transformación de la realidad.
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